Nos aborda en cualquier momento, por la noche mientras dormimos, mientras preparamos la comida, viendo una película o un documental, en plena reunión de trabajo, leyendo cualquier libro, conduciendo rumbo a cualquier lugar. De repente es como un fogonazo de luz en nuestra consciencia. Cámaras, enfoquen, ¡ya!, y ahí está, la semilla del personaje, su primer boceto. Sin haberlo llamado, sin haberlo esperado, sin intuir ni tan siquiera su proximidad, de repente un buen día, aparece. A veces sí que se siente próximo. El escritor siente que algo se acerca, desde la distancia; no hablo de la distancia espacial, ni tampoco de la temporal, es otra distancia, es como el ruido de fondo de una radio cuando tratas de coger una sintonía y rastreas todo el dial: ruido, ruido, ruido, pero cuando estás a punto de sintonizar te percatas de ello porque el ruido cambia, así es. A veces el escritor tiene la sensación de caminar por un oscuro pasadizo y en medio de esa oscuridad breves intervalos de luz se lo muestran. Allí en aquel rincón parece estar sentado en una mesa, alguien le acompaña pero no se distingue bien. ¿Qué hace allí?, ¿con quién está? En ese momento, ¡plaf!, la luz vuelve a apagarse y otra vez la oscuridad se desmorona sobre el escritor, otra vez hay que tantear las paredes hasta que, de nuevo allá al fondo, parece que parpadea la frágil luz de una vela, el personaje está ahora iluminado por ella. Nos observa al igual que nosotros le observamos a él y mueve sus labios queriendo comunicarnos algo, pero, ¿qué?, es imposible, a esta distancia no podemos escucharle, ni tan siquiera verlo bien. Y esta situación se puede extender semanas, meses, incluso años, hasta que un buen día y sin saber por qué, nos aborda. No nos lo podemos creer, él mismo se ha aproximado, pensamos mientras nos ponemos rápidamente las gafas y buscamos como locos un papel y un bolígrafo para atraparlo antes de que se vuelva a alejar. Está aquí, delante nuestro, al fin completo, en todo su esplendor. ¡Es el personaje! Y, como siempre, viene contándonos algo. Habla, habla y habla sin parar y esta vez está tan cerca que podríamos casi tocarlo. Respiramos la materia de la que está hecho, cada una de sus palabras, esa misteriosa estructura que lo forma. Las palabras comienzan entonces a fluir en nuestra mente como las olas de un océano que lamen sin sosiego la arena de una playa. Sí, así sucede, al fin podemos definirlo, delimitarlo, dotarlo de volumen con adjetivos, términos, calificativos, acciones, que le van dando el aspecto material con el que se nos ha aparecido. Es hombre, mujer, animal o cosa, pertenece a tal o tal época o a ninguna, le sucedió esto o lo otro y cada vez que descubrimos una nueva palabra en torno a él, él va materializándose, naciendo para este mundo de la única manera de la que pueden nacer en este mundo los personajes, que es a través de la escritura.
Me apasiona el tema de los personajes porque creo que son la esencia de la narrativa. Lo primero y más importante es el personaje y sin él las historias no existirían ya que no habría nada que contar. Sé que hay autores que no estarán de acuerdo conmigo, que quizás para ellos lo más importante sea la acción. Sin embargo pensemos una cosa: quien sea capaz de escribir una novela hecha únicamente de acción realizará sin duda un descubrimiento en la historia de la narrativa, algo sin precedentes, pues la acción sin el personaje hasta el momento ni se ha hecho, ni me parece posible, aunque reconozco que puede ser un reto interesante para un escritor intentarlo, sin duda. Otra cosa bien distinta es la poesía, que no necesita ni personaje, ni acción, ni tiempo, ni nada, porque aunque también está sujeta a la palabra, es otro arte completamente diferente.
© Elena Villamandos